LA CIUDAD NO VIVE EN MI

The City Does Not Reside in Me

Un pueblo está lleno de mentiras y las mentiras en el pueblo joden más. ¿Y el maricón de José, dónde está? Dice uno en el bar – y el otro responde – Pues el maricón de José está por ahí. La gente se saluda por la calle, pero ojo al que saludas y no te corresponde. Siempre son los mismos. Un día unas señoras me pararon por la calle para preguntarme quién se había muerto y yo encogí los hombros, sorprendida, y contesté – pues no lo sé señora, alguien se habrá muerto. Lo decían porque habían oído repicar las campanas a muerto, yo son las únicas campanas que cuando suenan sé lo que quieren decir, que alguien ha muerto. Hace días que no muere nadie, pero durante la pandemia era raro el día que no sonaban. Me deprime recordarlo.

En el pueblo hay mucha gente en los bares y siempre son los mismos, los animales mueren y nadie derrama una lágrima por ellos, no como en las ciudades que faltan cementerios. Yo perdí a mi perra un verano, la atropelló un señor que cuando se bajó del coche dijo- Uf, qué susto. Por un momento pensé que había sido un niño. Yo no estuve allí, me lo contaron. Y tuvo suerte el señor de eso y espero que de nada más. Ahora Lima ya no está y en su lugar tenemos una caja de cenizas que no sabemos qué hacer con ella.

Pero no todo es malo en el pueblo, en realidad es un placer vivir aquí, lejos de atascos, ruidos y gente enfadada porque llega tarde a lugares donde no quieren ir, con personas a  las que no quieren ver. En fin, qué mal se ha puesto la vida en las ciudades para que la gente se quiera volver al pueblo. Aunque al menos tendría sentido volverse uno a su pueblo, no al pueblo de los demás. Yo aquí no soy de nadie, y es algo verdaderamente raro, porque me lo preguntan mucho y antes, cuando vivía con mi marido, explicaba la conexión que él tiene con el pueblo, que es poca, pero ahora ya ni eso, me da pereza. También me gusta del pueblo mirar por la ventana y ver un caballo negro, en primavera está precioso rodeado de todas las flores amarillas. No me gusta cuando los tienen con las patas encadenadas, como si fueran presos. Verlos así me deprime muchísimo. Tampoco me gusta cuando el pueblo está lleno de gente que va y viene con las motos y los coches, prefiero los lunes de invierno cuando llueve y no hay nadie por la calle. Y aquí se come bien y eso, los alquileres son baratos y al menos sopla el viento.

This series is part of a project on photo essays about life in rural Spain, part of the evolution of the project 'The city does not live in me' which was exhibited at the Ricardo Ortega exhibition hall at the University of Castilla La Mancha between May and November 2023. I moved to El Barraco (Avila, Spain) in November 2020, my son was just over a year old and both my husband and I were working from home. Since then and until now I have used photography as a tool to get out of a situation of grief and loss, approaching the inhabitants of these villages, especially putting the focus on Elena, a breeder whom I have portrayed on numerous occasions and through whom I try to express myself, from her strength, tension and pain.